A pesar de que siempre fui una amante del verano, reconozco que los paisajes otoñales tienen mucho encanto. Y la lluvia siempre provoca en mí sentimientos especiales.
Si cae a chaparrones me gusta mirarla desde mi ventana. Y si es una lluvia suave siento que me está invitando a pasear bajo ella.
Tengo un recuerdo de muy pequeña, tonos grises y marrones entre los que destaca mi chaqueta azul celeste. La calle empedrada, cuando las calles de los pueblos aun eran de piedra, y el olor a campo mojado.
Y yo inmóvil bajo la lluvia, sintiendo el agua caer sobre mi pelo y mi cara.
He tenido esa necesidad muchas veces, ya de mayor.
Ponerme bajo la lluvia, con los brazos extendidos y mirando al cielo. Y sentir cada gota fundiéndose conmigo. Imaginar, y creerlo realmente así, que la lluvia limpiaba mi alma arrastrando con ella todas las heridas no cerradas y todo aquello que no me gustaba demasiado.
Me resultaba difícil de explicar y difícil de entender hasta que un día lo leí por primera vez y entonces me emocioné y comprendí muchas de las cosas que había sentido antes.
Cuando os cubrió como protección un sueño que venía de Él e hizo caer sobre vosotros agua del cielo para con ella purificaros, quitaros la suciedad del Shaytán, dar firmeza a vuestros corazones y afianzar así vuestros pasos. (Corán 8:11)