Ramadan es el noveno mes del calendario musulmán.
Al ser un calendario lunar, los meses van "moviéndose" a lo largo de las diferentes estaciones del año. En esta ocasión, esperamos que Ramadan comience (si Dios quiere) el 20 de Julio, aunque no lo sabremos con certeza hasta que estemos aun más cerca, ya que todo depende de las fases de la luna. Por este mismo motivo suele haber una diferencia de un día entre algunos países.
Seguramente las personas no musulmanas habéis oído hablar de Ramadan en la tele.
Hay gente que sabe que es un mes de ayuno para los musulmanes y que desde el alba hasta el ocaso no comemos, no bebemos y no mantenemos relaciones sexuales.
Pero esto es sólo una parte de lo que realmente significa el mes sagrado de Ramadan para los musulmanes.
Ramadan es un mes espiritual, profundo, de meditación, de reflexión, de volvernos hacia nuestro interior, de rezar más allá de las oraciones obligatorias, de leer el Corán, de conectar con lo que nos rodea de una forma mucho más intensa, sin distracciones.
¿Cómo conseguimos esto?
Haciendo el esfuerzo de dejar a un lado lo físico durante una parte del día.
Por medio de un auténtico ejercicio mental, nos elevamos sobre nuestras necesidades corporales y conseguimos que predomine nuestra parte más espiritual, quedando la mente y el alma por encima del cuerpo.
Esto nos proporciona equilibrio, paz interior, claridad de pensamiento y templanza. Nos sirve de lección para superar momentos difíciles de nuestra vida.
Es un momento feliz cuando va avanzando la tarde y se acerca el momento del desayuno (de romper el ayuno). Esa felicidad de las cosas sencillas: el ruido de los cacharros en la cocina, los olores, poner la mesa con mucho cariño para recibir a los familiares que vendrán a comer.
Y hay un instante muy emotivo, cuando escuchamos la llamada a la oración que nos indica que ya podemos romper el ayuno.
Haciendo un último esfuerzo, aguantamos un poco más el primer bocado y, en voz alta o en nuestro pensamiento, nos acordamos de los que tienen menos que nosotros, de los que no comen casi nunca, y pedimos por ellos. Pedimos también a Dios que nos ayude a ser mejores personas y Le damos las gracias por todo lo que tenemos.
Entonces, con tranquilidad y sin caer en el ansia ni en el exceso, saboreamos un trozo de dátil, un sorbo de agua... y recordamos así la grandeza que se esconde en las pequeñas cosas.